Sobre el elogio de Abraham en Temor y temblor.


(En el día mundial de la Filosofía)

Tras la historia que la Biblia nos expone sobre un hombre llamado Abraham, que tuvo la facultad de ser elegido por Dios y llevar a cabo su voluntad a través de grandes suplicios, nos queda claro su ejemplo de fe inquebrantable (al grado de sacrificar a su único, y amado, hijo). Kierkegaard pone de manifiesto el valor del “Caballero de fe” comparado con el “Héroe trágico”. El primero de estos debe sufrir en nombre de la esperanza, de una meta que a la vez de ser externa es meramente personal, que la sociedad no tiene porqué comprender su razón de obrar; mientras que el héroe se sacrifica en nombre de la sociedad en general, por lo que se gana la admiración de todos, principalmente del poeta, que se encarga de narrar sus hazañas.
La diferencia trascendental en Abraham es la fe, la cuestión es qué tipo de fe y qué tipo de Dios hacen que su elegido sufra semejante tormento. Kierkegaard menciona que la fe es una paradoja, convierten al sujeto que Dios bendice en el ser más desgraciado, pues éste obra en nombre de la moral, y a su vez gana estar al nivel de la deidad en cuanto su vida termine, como el autor dice, va más allá de lo general, de lo absoluto. Es por eso que la interpretación de lo que hizo Abraham con su hijo en la cima del Morija, se puede tomar como vil asesinato o la superación de la mayor prueba de fe impuesta sobre un hombre.
La paradoja de la fe, y su absurdo, ponen de relieve el tipo de virtud en el héroe y el caballero de fe, quienes obran con una teleología de la moral distinta, una cercanía con lo divino. La crítica a Hegel recae en que éste no entiende a la fe como una paradoja, donde “Lo íntimo es superior a lo externo”, sino que, al igual que el poeta, pretende hacer de Abraham un ejemplo al nombrarlo “Padre de la fe”. Hegel entiende a Dios como razón, Kierkegaard como absurdo (no en un sentido peyorativo sino como un misterio, como la transmutación del vino y el pan de la eucaristía).
La paradoja de la fe baila entre el amor y el odio, lo correcto y lo incorrecto, lo externo y lo interno, la soledad y la compañía; que con la moral se definen en su “deber” para así manifestar su obra con su pensamiento; es decir, la moral viene a desquebrajar la fe.
Kierkegaard es el único religioso que ha ganado mi respeto y admiración, pues ostenta un descontento con el cristianismo al quererse apegar a la razón, y por lo tanto su religión se convertiría en un ateísmo disfrazado. ¡Pues el punto del dogma es el absurdo mismo! Tertuliano ya lo mencionaba desde varios siglos atrás.
La fe representa angustia, esa angustia que tiene el religioso, el “elegido de Dios”. Un deber absoluto ante el ser supremo.
Ahora, pregunto yo, si la fe trasciende a la moral (y la moral no puede meterse en el estado, como dice Schopenhauer) ¿puede la fe en uno mismo trascender al estado? ¿Puede conducirme a la autarquía?...



Bibliografía:

Kierkegaard, Sören (1947). Temor y temblor. Buenos Aires: Ed. Losada. Págs. 19-29 y 65-97

Sobre este blog

Crítica, expresión filosófica para todos.

Opiniones sobre lo que acontece en Tijuana, México y el mundo desde una perspectiva analítica, preparandonos para la fatalidad del mundo y esa paradójica belleza que brinda la vida.